domingo, 8 de mayo de 2022

Un camino que se convierte en corriente

Quienes decidimos aceptar la invitación del Señor, que, pasando por nuestra vida, nos dijo un día “Ven y sígueme” creemos que él es el Camino, la única vía, que nos lleva a Dios, nuestro Padre, la forma más segura de lograr una vida de plenitud, abundancia y trascendencia.

Con dispar resultado, cada uno, a su ritmo, en sus tiempos, hemos ido pasando por las distintas etapas de un proceso de conversión, tan demandante como beneficioso, adquiriendo sabiduría, nuevas formas de pensar, de actuar, de sentir y de vivir, de desaprender para aprender, de despojarse para adquirir, de renunciar para conseguir.

A su vez, entre quienes estamos compartiendo esta reflexión, andando por el Camino, nos encontramos con una forma particular de recorrerlo, con el mismo propósito el de “tener un encuentro íntimo, personal y permanente con Jesús Resucitado” pero con un guía infalible, el Espíritu Santo, y así, a partir de un momento de efusión espiritual, nos descubrimos siendo parte de la Renovación Carismática Católica.

Descubrimiento que nos permite asistir a manifestaciones en las que Dios Padre en respuesta a la intercesión del Hijo y por medio del Espíritu Santo, regala a su pueblo, dones y carismas como instrumentos útiles para sostenimiento, desarrollo, protección y bienestar de sí mismo, al tiempo que lo capacitan para formas más eficientes de comunicación con él, la alabanza y la adoración.

Entonces el camino se convirtió en corriente, una corriente de gracia, que dinamizó nuestro andar, que hizo que aquella, que al principio fuera una opción de vida, se convirtiera en una forma de gustar la vida, que llenó de motivación nuestras oraciones, otrora expresadas en frases aprendidas y seleccionadas racionalmente. Una nueva vida, ya no más seguidores, ahora hijos de Dios.

Corriente que unas veces unió nuestras individualidades y la potenció en la sinergia de una multitud de intercesores, y otras tantas nos envió en solitario o de dos en dos a buscar al que estaba perdido.

Que nos permitió disfrutar de los frutos de los carismas que nuestros hermanos generosamente pusieron al servicio de la comunidad y también ser nosotros proveedores serviciales, con capacidades que ni siquiera sabíamos que teníamos, ni podemos explicar cómo las adquirimos.

Que cambió un conjunto de preceptos, doctrinas y normas en una nueva ley, “la ley según el Espíritu, el nuevo mandamiento, el del amor sin medidas”

Que nos llevó a mar abierto, lejos de las seguridades y comodidades de nuestras orillas, disponibles y dóciles a las novedades de Aquél que sopla como quiere y dónde quiere.

 ¿En qué punto estamos hoy?

A pocos días de renovar un nuevo Pentecostés, sería bueno visualizarnos en el camino-corriente de hoy.

Algunos de nosotros, probablemente, con más años y menos fuerza, con menos entusiasmo – la vida cansa – estemos más quietos, quizás nos hemos acostumbrado, acomodado.

Quizás la rutina nos ganó y las circunstancias nos estén quitando visión. Quizás estamos más miopes espiritualmente.

-          ¿Qué pasó con los dones que recibimos?

-          ¿Nos sigue ocupando la unidad y la salud de nuestras comunidades?

-          ¿Buscamos y gustamos de los tiempos de alabanza y de adoración?

-          ¿Nos es necesario anunciar a Cristo y nos empuja el afán evangelizador?

-          ¿El Señor nos está reclamando “despiértate tú que duermes…”?

No importa tanto la situación actual, lo que sí importa es nuestra disposición, nuestra voluntad, nuestras ganas de volver a renovarnos y de revivir aquel momento en el que el camino se convirtió en corriente.

Los dones y los carismas no se perdieron, se han transformado, han madurado, la alegría del encuentro puede no ser hoy algarabía, pero sigue siendo placer y disfrute del alma.

Aunque pensemos que nuestras capacidades han disminuido hay algo que nada ni nadie nos podrá quitar, y es nuestra condición de testigos.

Testigos, ya no sólo de la obra de Cristo en nuestras vidas, también de lo que hace en la vida de los cristianos ser partícipes de esta experiencia de vida, de esta Efusión del Espíritu, de esta renovación del pueblo de Dios.

Que este testimonio cumpla el propósito, en nuestras vidas y en las vidas de aquellos a los que el Señor nos presente y nos muestre para ser su instrumento de:

-          Conversión al Señor (metanoia)

-          Relación personal con Cristo

-          Vida comunitaria

-          Unidad en el Espíritu

-          Deseo de alabar y adorar a Dios Trino

-          Amor a la Iglesia y respeto a sus autoridades

En fin, testimoniar de la bendición de un Camino que se convirtió en Corriente.

Pidamos esa gracia a Dios, y que mamá María, primera testigo de lo que el poder del Espíritu Santo puede hacer en aquellos que se disponen, nos ilumine para imitarla, que así sea.

sábado, 26 de marzo de 2022

Como nube matinal

Leyendo la primera lectura de la liturgia de hoy, nos encontramos con un reclamo amoroso del Padre ¿Qué haré contigo, Efraím? ¿Qué haré contigo, Judá? Porque el amor de ustedes es como nube matinal, como el rocío que pronto se disipa. (Ose 6:4)

Nos llevó a recordar otros pasajes donde se manifiesta esta “preocupación” del Padre, por la fragilidad de la memoria de sus hijos. Muchos donde aparece la palabra “memorial”, la exhortación a no olvidar o recordar. Pero presta atención y ten cuidado, para no olvidar las cosas que has visto con tus propios ojos, ni dejar que se aparten de tu corazón un sólo instante. Enséñalas a tus hijos y a tus nietos. (Deu 4:9)

Al punto de haberles ordenado a los israelitas que las leyes de la primera alianza, las escribieran en piedra, las metieran dentro de un arca, luego dentro de la tienda del testimonio o el tabernáculo y construyeran sus campamentos, es decir sus vidas teniéndola por centro. Arca que durante siete siglos los acompañó, hasta que por desobediencia o descuido la perdieron.

Los siglos pasaron, la Revelación se nos siguió regalando, pero fue necesaria una nueva alianza, firmada por la Sangre Preciosa de Nuestro Señor Jesucristo. Él mismo se hizo hombre para mostrarnos que lo que el Padre quiere de nosotros es posible, pero también para abogar ante el Justo, por nuestras debilidades humanas.

Y se quedó con nosotros como memorial cada vez que celebramos la Eucaristía.

Nueva es la alianza, nueva la oportunidad. Lo que no ha cambiado es la fragilidad de nuestra memoria espiritual, que al decir del profeta sigue siendo como el rocío que pronto se disipa

Todos tenemos la posibilidad de asistir al memorial, ya no está reservado sólo a los levitas, algunos lo aprovechamos, pero ¿cuántos lo vivimos?

La falsa seguridad que nos puede dar celebrar la misa, es comparable a la de los israelitas, que se sentían seguros porque el arca los acompañaba en sus batallas y empresas, pero pocos vivían en plenitud la gracia de ser el pueblo de Dios, algunos cumplían los preceptos, para que les fuera bien y para que la sociedad los respetara y admirara, pero nunca llegaron a sentirse parte, nunca fueron familia de Dios.

Como a ellos, cualquier brisa nos aleja, cualquier contrariedad nos deprime, cualquier espectáculo nos atrae más que la Alianza, que se parte y se reparte entre nosotros en un llamado de atención constante: Porque yo quiero amor y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos. (Ose 6:6)

A los carismáticos nos gusta recordar la promesa dada por el profeta Ezequiel: Les daré un corazón nuevo y les infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Les infundiré mi espíritu y haré que caminen según mis preceptos y que cumplan mis mandatos poniéndolos por obra. (Eze 36:26-27)

El desafío es, que no sea un mero recuerdo sino la forma de vida de nuestras comunidades, que nuestro memorial no sea de piedra, sino que esté vivo, latiendo en un corazón de carne, pero lleno del Espíritu Santo, el único que nos puede comunicar con la Santísima Trinidad.

No se trata de un sentimiento, cuando a veces siento y a veces miento, se trata de verdadera común-unión, con Dios mismo que habita en la alabanza de su pueblo, no en un único campamento, sino en cada juntada de dos o más de sus hijos cuando nos reunimos en su nombre. En cada Eucaristía vivida con la devoción y el fervor que se manifiesta cuando es el Espíritu Santo quien la guía, en cada reunión de comunidad o grupo de oración, donde Cristo es centro y motivo de adoración.

Aprovechemos que el pabilo aún humea y que la caña está doblada pero todavía no se quebró.

No sea cosa que nos pase como a los israelitas, que se les perdió el arca.

miércoles, 26 de enero de 2022

 El cristiano ante la muerte


Por Tabaré Lacosta

Unas palabras de consuelo ante el dolor, ante la pérdida. Jesús tiene la Victoria!




jueves, 6 de enero de 2022

viernes, 24 de diciembre de 2021